Siete punto uno… cuando la vida te sacude.

19 de septiembre de 2017... el día que la tierra se estremeció bajo mis pies.



Contrario al miedo y la angustia, los sismos siempre me habían provocado una especie de emoción y hasta cierto punto que quizás aún no logro comprender con exactitud, de felicidad y excitación, creo que para mí los temblores significaban un acontecimiento natural del cual yo era testigo y que estaban llenos de misterio, de energía y de vida, como si se tratara de un eclipse, de una aurora boreal, del avistamiento de una estrella fugaz o hasta de un amanecer; y es que en el caso de los sismos me gustaba la idea de sentir el movimiento de la tierra bajo mis pies y de que todo se sacudiera un poco; me recordaban la idea de que hasta el planeta es un ser vivo que respira, se mueve y necesita reacomodarse, y que así como cualquier ser animado que conozco, la tierra también se enoja, se enferma, se enfurece y se muere.
Recuerdo muy bien que de más chico no entendía el pánico de mi abuelita (q.e.p.d.) cuando ocurría un temblor, y hasta pensaba entre mí que exageraba con tantos gritos y alaridos que preocupaban más a los que la rodeábamos, que el simple movimiento telúrico que en ocasiones, hasta me hacía sonreír al ver a todos bailar de un lado al otro como si se tratara de una fiesta de adolescentes alcoholizados intentando guardar el equilibrio, -Pero por qué tanto miedo- pensaba.
Claro, la razón es muy sencilla... a mí no me tocó vivir el terremoto del 85.
Yo tenía 3 años cuando aquel 19 de septiembre de hace 32 años se estremeció la tierra, y por fortuna no vivía en esta ciudad que quedó prácticamente bajo los escombros de la destrucción, así que no me enteré y no tuve conciencia de lo ocurrido hasta varios años después. Quizás es por eso que siempre que escuché hablar de los temblores y terremotos, me parecían historias tan lejanas y tan de la fantasía, que sentía que no me pertenecían. Incluso hasta tenía ganas de experimentar uno, alguno que me hiciera caer en cuenta lo que se siente que se mueva lo que a simple vista parece inamovible, pues cuando eres niño no eres capaz de concebir que es posible que una ciudad entera, o varias, se muevan y se vean azotadas por una fuerza invisible debajo de sus entrañas.
Mi abuela sí lo vivió, y como millones en esta ciudad, sintió el terror de ver las cosas caer de su lugar, de sentir y respirar la muerte, y saber que su vida, la de sus hijos y sus nietos estaba en peligro en alguna parte de la ciudad, y peor aún, ver pasar las horas y no tener noticias de ellos porque en aquel entonces, que hoy suena tan lejano, no había celulares que con un simple mensaje te regresaran la respiración al cuerpo.

Llegué a la Ciudad de México a mis 17 años, y hasta ese momento nunca había experimentado un temblor, sin embargo, desde entonces me familiaricé con los simulacros de sismo, que luego de algunos, me empezaron a parecer monótonos y repetitivos.

Hace dos semanas todo cambió, se trata de una historia diferente que me hubiera gustado no vivir jamás, se trata de un miedo tan real y tan palpable, que no puedo explicar, pues nunca lo había sentido y una sensación de impotencia que espero nunca volver a sentir, ya que por primera vez pude comprender ese terror en los ojos de mi abuela que se oscurecían como si las imágenes de hace tantos años volvieran a pasar frente a su mirada en cada  sismo, y con cada movimiento de los cuadros y las lámparas, aunque se tratara de alguno casi imperceptible; y aquellos gritos que me helaban los huesos, estaban llenos del más puro y auténtico miedo causado por los recuerdos, los tristes recuerdos de aquel terremoto que destruyó su ciudad.
Cómo me gustaría volver el tiempo atrás para abrazarla fuerte y decirle que todo estaba bien, que su casa, sus hijos y sus nietos estaban bien y que llorara en mi hombro si así lo necesitaba, que comprendía su angustia y que me podía abrazar y apretar para liberar sus recuerdos, y que nunca más iba a pensar que exageraba.

Y es que hace dos semanas volvió a ocurrir, increíblemente el mismo día que aquel sismo de 1985.

Ese día Carlos y yo estábamos en su oficina a un par de cuadras de la casa, habíamos llegado desde temprano pues a las 9 teníamos clase de francés que un maestro nos da a él y a mí en su despacho, sabíamos que a las 11 de la mañana sonaría la alerta sísmica en conmemoración de aquel terremoto, y que se trataba también de un simulacro que como cada año, se realiza en varias ciudades del país para repasar qué hacer en caso de otro movimiento de la tierra; pero como ya habíamos perdido un par de clases anteriores y estábamos atrasados, cinco minutos antes, acordamos que no saldríamos del edificio y seguiríamos con el "oui,oui" y el "merci beaucoup", y en efecto, a las 11 en punto empezó ese sonido incómodo y alarmante proveniente de las bocinas de la calle que iba acompañado por la frase de una voz masculina que repite: "ALERTA SÍSMICA".
En la oficina nadie se movió de sus lugares, si acaso, algunos alzaron la mirada para verse entre ellos y quizás observar de reojo a los pocos, que de otros pisos, bajaban por las escaleras platicando y bromeando como si de la hora del recreo se tratara, sabiendo que iban a disfrutar de unos cuantos minutos para despejarse de sus actividades y tomar un poco de aire fresco, pues el día hasta eso estaba limpio y se veía un cielo azul y apacible.
Después de la clase decidí quedarme en la oficina de Charlie para copiar los apuntes de la lección anterior a la que no había asistido, mientras que él se ocupaba de sus asuntos laborales del día. Los chicos del despacho entraban y salían de su privado para consultarlo y resolver algunas dudas y todo iba bastante bien. Miré la hora en mi teléfono y me sorprendí de lo rápido que había pasado la mañana, era la una con diez minutos, y pensé que ya había sido mucho tiempo el que nuestra hija había estado sola en casa con Doña Norma, quien nos ayuda a cuidarla, así que le dí un beso y salí del edificio rumbo a casa.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo... -qué rara sensación- pensé mientras seguía caminando, y en unos segundos todo se volvió en cámara lenta, como si hubiera pasado de la vida real al set de filmación de una película. Una camioneta que estaba estacionada frente a mí empezó a moverse de una forma tan poco usual, que recuerdo fijar mi vista en en ella para tratar de entender su balanceo de la nada. El aire como que se detuvo por unos instantes y dejó de soplar, y en su lugar un extraño sonido empezó a emerger de la tierra; un sonido tan discreto al principio, pero tan seco, y tan raro, que me detuve para tratar de comprenderlo; y cuando por fin detuve mi andar, sentí que el suelo bajo mis pies se levantaba como si una gran serpiente estuviera avanzando bajo el asfalto y varias ideas se acumularon en mi cabeza al mismo tiempo... ¿pero qué caraj... ¡Dios mí... ¿Está temblando?... ¡ESTÁ TEMBLANDO!... por fin caí en cuenta.
En ese momento la cámara lenta desapareció y todo cobró vida nuevamente a su propio ritmo, el volumen de las cosas se incrementó en mis oídos y recuerdo que mi reacción fue apretar los puños y la mandíbula como esperando un golpe de la nada... -para ser otro simulacro está muy real- creo que pensé... y es que en ese momento regresó aquel sonido de la mañana a mis oídos que penetró con fuerza hasta mi cerebro e hizo vibrar mis tímpanos, y la frase "ALERTA SÍSMICA" que se repetía una y otra vez,  empezó a escucharse por las calles y por fin cobró sentido como si se tratara de un grito que repetía "CORRE POR TU VIDA". En ese momento se me erizó la piel y una sensación de miedo se apoderó de mi esqueleto, los árboles empezaron a agitarse y a tirar hojas y ramas, parecía que nevaba verde... y la gente empezó a gritar y a salir despavorida de los locales.
Todo estaba pasando demasiado rápido, abrí más el compás de mis piernas para no caer al suelo, pues recuerdo que el movimiento era tan fuerte, que incluso llegué a dar unos pasos para no perder mi equilibrio... nunca había sentido un temblor así. Voltee al cielo para ver que nada peligroso cayera sobre mí, los pájaros volaban agitados en círculos abandonando la tranquilidad de las copas de sus árboles y una maraña de cables bailoteaban de un lado hacia otro encima de mi cabeza mientras que los postes de luz a los que estaban sujetados se movían bruscamente en todos sentidos, así que en medio de ese vaivén involuntario, traté de ponerme fuera de su alcance, en un espacio libre justo en medio de la calle, pero al bajar un poco la mirada vi una de las escenas más escalofriantes de mi vida, el edificio de 6 pisos que tenía frente a mí cruzando al otro lado de la calle, se movía de una manera espeluznante, no se balanceaba de un lado al otro, sino que más bien se retorcía mientras que sus paredes crujían y los vidrios rechinaban como llorando y tratando de aguantar la embestida sin quebrarse, -qué horror estar ahí dentro- pensé asustado.
Dios mío, mis piernas no dejan de moverse y el pavimento se mueve en círculos junto con todos estos edificios de mi calle... y en ese justo momento... en medio del terremoto, una imagen me vino de golpe a la mente: "¡MI HIJA!".
Me encontraba a unos cincuenta pasos de nuestro edificio y con miedo voltee la mirada y empecé a correr hacia él mientras en mi cabeza repetía "por favor Dios, que no se caiga".
No sé cómo entre en él, creo que la puerta estaba abierta por algún vecino que salió despavorido y en tres segundos subí las escaleras hasta el cuarto piso, en medio del rechinido de las paredes y mi corazón que amenazaba con salirse de mi pecho.
El movimiento ya estaba pasando y como pude abrí la puerta, el piso estaba lleno de vidrios de un espejo que se vino abajo junto con algunos marcos de fotografías que teníamos en la pared, sobre ellos atravesé el departamento hasta la habitación en donde estaba Doña Norma con mi hija en brazos... "perdón joven, es que no la podía sacar de la cuna", me dijo con la voz entrecortada. Qué bella imagen encontrarlas bien a las dos, ese momento no lo cambio ni por todo el oro del mundo.
Cuando vi a mi bebé con su carita de recién despertada y con su sonrisa al verme, respiré de nuevo y supe que todo iba a estar bien, mi respiración a un estaba muy agitada, no sé si por la carrera, por los 4 pisos a toda velocidad, por la angustia y el miedo, o por todo al mismo tiempo; pero tratando de calmarme y tranquilizar a la señora y para no espantar a la bebé, agarré la pañalera y le dije a la señora que teníamos que salir del edificio; en eso la puerta se abrió nuevamente y era Carlos, mi güerito, quien también corrió a nuestro encuentro... ¡vaya momento!... ¡gracias Dios!.

Lo que sucedió en los siguientes días me puso los sentimientos a flor de piel, hasta ahorita no he llorado, pero confieso que no me faltaron las ganas, afortunadamente mi familia y mis amigos están bien, pero al pasar de las horas empiezan a llegar las malas noticias y el corazón se te hace chiquito y un nudo en la garganta se apodera de ella por varios días apenas dejando espacio para tragar saliva, y es que es en estos momentos cuando por fin comprendes lo frágiles que somos: un edificio se cayó por aquí, otro por allá, un amigo perdió a otro en uno de los derrumbes, una familia de conocidos perdió su casa y con ello su patrimonio y su seguridad, una amiga muy querida fue desalojada de su edificio y sus pertenencias aún están dentro, la ciudad entera es un caos, hay gente que perdió la vida, hay personas atrapadas bajo los escombros, hay crisis de pánico y hay comunidades devastadas completamente y todo en un par de minutos... Ufff es demasiado.

Pero hey… ¡estoy vivo!... y ahora puedo ser alguien mejor, y conmoverme por el dolor y la pérdida de otros.
También me conmovió ver la respuesta de la gente, ver que de un momento a otro las barreras sociales y los estigmas ideológicos se fueron abajo con este sismo, para dar lugar a una sociedad increiblemente hermanada, en donde desde el minuto uno, se formaron las cadenas para retirar los escombros o para hacer llegar la ayuda... y es que no había tiempo para pensar, había que actuar y reaccionar ante una verdadera situación de emergencia en donde los que necesitan ayuda son gente cercana y gente desconocida, y había que estar ahí de una u otra manera... ¡Dios! estoy sorprendido... qué extraordinaria manera de unirnos, qué manera de tomar la mano de un extraño para darle apoyo, o para animarlo y organizarlo para empezar un grupo de ayuda.
En estas dos semanas fui testigo de una sacudida social, decenas de miles de jóvenes protagonizaron una formidable y masiva demostración de solidaridad que ha llegado a desbordar las necesidades de ayuda ciudadana después del terremoto. Muchos de estos jóvenes, esa generación sobre la que planea la sombra sociológica de la apatía y ensimismamiento digital, están viviendo además su primera experiencia de acción colectiva, de trabajo para y con el otro.
Y sí, reproches y desconfianza ante las instituciones que se quedaron paralizadas ante la emergencia, desnudas ante su incapacidad de actuar y de organizar, pero las superó la empatía movilizadora frente al dolor ajeno y el ejemplo inspiracional de otra generación, la de sus padres, que vivió una catástrofe similar pero aún más devastadora. Aquel terremoto de hace 32 años dejó 10.000 víctimas, o al menos eso fue lo que oficialmente se dijo, quizás hayan sido muchos más, y un sentimiento de desamparo institucional marcado a fuego en el imaginario colectivo.
Doctores dando consultas y recetas gratis, psicólogos dando apoyo emocional sin pedir nada a cambio, tenderos donando su inventario, muchachos poniendo sus manos de trabajo y su alegría para dibujar sonrisas entre la incertidumbre; me enteré que jóvenes periodistas, programadores y desarrolladores web han levantado en La Roma (uno de los lugares más golpeados de la ciudad), un mapeo geolocalizado de los puntos de mayor necesidad en medio de la catástrofe, que está siendo usado incluso por el Gobierno estatal. Nadie en el equipo supera los 35 años. La inteligencia colectiva y digital puesta al servicio público.


En mi caso personal me uní a un grupo de chavitos, jóvenes de nos más de 30 años que con su talento y ganas de ayudar desinteresadamente, organizaron un centro de acopio aquí en el estacionamiento de mi edificio, y al que llegaron más de 100 almas con la misma energía e intención de aportar con trabajo y esfuerzo para llevar víveres, herramientas, medicinas y todo lo que la emergencia requería, a comunidades de Puebla, Chiapas, Oaxaca, Morelos y la Ciudad de México. Qué gran experiencia y qué afortunado soy de haberlos conocido, pues aparte de las más de 50 toneladas de ayuda que salieron de este lugar, salió amor y esperanza para cientos de familias.



El acontecimiento sísmico ha abierto una brecha en la tierra y en el tiempo, y con este acontecimiento natural que llegó hasta lo social, me quedo con lo mejor, que México, mi México, este país del que estaba empezando a perder la esperanza... ESTÁ DE PIE Y MÁS UNIDO QUE NUNCA.

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Esta entrada fue un pequeño y necesario paréntesis personal en este blog, después de lo acontecido en días pasados, es una manera de catarsis y de agradecer al universo y a la vida por seguir respirando y por haber podido ayudar un poquito. Gracias por leer y gracias por compartir tu experiencia, si lo necesitas, aquí estoy para escucharte o leerte.

Después de este paréntesis… Por ahora hasta aquí me quedo, pero cada semana postearé una entrada nueva de esta aventura personal que espero te sirva de ayuda, así que mantente en contacto con nosotros. Te invito a que nos sigas y a que te suscribas a nuestro blog y seas parte de esta historia.
Recuerda que aquí abajo puedes dejar tus comentarios, dudas, preguntas y cuestiones que te gustaría tocáramos más adelante.

Saludos y...



                   Ciao Papis!



Comentarios

  1. Serch muchas gracias por compartir esta historia de la forma en la que lo haces. Sin duda has logrado plasmar los sentimientos y hablar en nombre de muchas personas que vivimos la misma situación que tu... y también gracias a Charly y a ti por ser parte importante del proyecto que juntos realizamos, estoy seguro que nuestra ayuda llego a muchas personas y que logramos sacarle una sonrisa a quien más lo necesita. Te mando un fuerte abrazo.
    Atte: Pablo Armella

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    1. Querido amigo muchas gracias por tu comentario, y gracias multiplicadas por este proyecto de ayuda que hiciste. Abrazo grande.

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  2. Qué buen relato Sergio. Me erizaste la piel. Saludos,

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